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Los americanos necesitaban repetir el milagro que realizaron los europeos en Medinah, hace dos años, pero no tienen ni las armas ni el coraje para realizarlo. Al menos todavía no. Muchos no han comprendido lo que es la Ryder Cup y hasta que no lo conozcan no podrán derrotar al compacto muro que les aplasta cada vez que se ven las caras (los americanos no ganan desde 2008).
La estrategia de Tom Watson fue similar a la de Olazabal en aquel mítico domingo en Illinois. Puso a sus mejores hombres al principio para acumular puntos, meter el miedo al rival y dar a moral a la tropa. McGinley, consciente de las intenciones del otro capitán, sacó algunas de sus 'vacas sagradas' en los primeros partidos y aniquiló las esperanzas yanquis. Primero McIlroy, en modo número uno, pasó por encima de un Rickie Fowler incapaz siquiera de dañar al norirlandés. Su compatriota, Graeme McDowell dio una pequeña lección a Jordan Spieth. El rookie americano y gran promesa del golf mundial probó de primera mano lo difícil que es ganar un punto en la Ryder. G-Mac logró ganar cuatro hoyos consecutivos para dar la vuelta a un partido que parecía perdido. Pero no para un europeo.

Es la tercera Ryder consecutiva conseguida para los europeos y además con una solvencia fuera de lo normal. Mucho tendrán que inventar los americanos para intentar llevarse la preciada copa al otro lado del charco.
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